Gardel
fue el primero que entró a cantarle a su gran afición: los tungos
de carrera. Y lo hizo con la misma pasión que ponía en las tribunas
de la arena de “Molerpa” cuando alentaba al pingo en el cual
había depositado su confianza y sus mangos. Leguisamo solo,
Palermo, La catedrática, Soy una fiera, Canchero, Bajo Belgrano,
Polvorín, Pan comido o Preparate p’al domingo son una clara
muestra de su predilección por este deporte de apuestas que nos
legaron los ingleses.
Ya sabemos que los porteños especialmente
volcamos nuestras pasiones populares en el fútbol, tango, turf,
boxeo y automovilismo. Cualquiera de nosotros, los que peinamos
canas, podríamos llenar una mesa de café de anécdotas sucedidas
en cualquiera de estos campos. El tango y el turf mantuvieron
fidelidad mutua y podríamos metaforizar a Yatasto como el Gardel de
las pistas. O decir que si hacemos una encuesta para determinar quien
fue el mejor cantor de tango de la historia, Carlitos pagaría 2
pesos
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Gardel e Ireneo leguisamo, el gran jockey
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.
Con varios muchachos de la barra vimos debutar a los potrillos
y potrancas de los '50, y ganar en los 1000 metros de la arena
palermitana a los novatos dos años Yatasto, con la monta del
“borracho” Juan Carlos Contreras y La Vestal. Época de 70.000
vociferantes apostadores e hinchas en las tribunas, cuando ir al
hipódromo era considerado como un pecado en las familias humildes de
los barrios porteños.
Los enfrentamientos del gran hijo de Selim Hassan y Yuca con Forli,
Branding, Pretexto o Again eran motivo de discusiones en los boliches
y podían alternar con las preferencias futboleras, los fanas de
Gatica o Prada, Fangio o Gálvez, o aquellas en que los milongueros
se debatían entre Pugliese, Troilo, D’Arienzo , Di Sarli y hacían
otro tanto con Rufino, Vargas, Floreal, Fiore, Berón, Marino.
Siguieron fundiéndose nuestra música ciudadana y el turf y los
repertorios tangueros se enriquecieron con temas como Uno y uno,
Milonga que peina canas, N.P., El caballo del pueblo, Salvame Legui,
Tirate un lance, El yacaré, Que fenómeno, Berretines… Y en
Palermo o San Isidro uno podía encontrarse con conspicuos "burreros" como Manuel Romero, Jorge Vidal, Rodolfo Biagi, Alberto Morán, Juan
D’Arienzo, Alberto Gómez, Aníbal Troilo, Enrique Dizeo, Celedonio
Flores, Julio Sosa, José Razzano, Rodolfo Lesica, Miguelito Bucino,
Armando Laborde.
En los baños turcos de Colmegna o el Castelar, alternábamos
infinidad de veces con Alberto Castillo, Troilo, Cárdenas, Tanturi y
los jockes Eduardo Jara, Ciafardini, Ruben Quinteros, Di Tomaso, Sauro, que tenían siempre problemas para dar el peso en cada carrera..
Una
noche que tocaba Osvaldo Pugliese en Huracán, su cantor Jorge Vidal
había acertado con unos boletos a la yegua Augusta y lo sacudía
desde el escenario. Me lo encontré muchos años después a este ex
cabo de la Marina, cuando vivía en Nueva York y se venía a Nueva
Jersey para traerle unos bifachos a Oscar Bonavena que se preparaba
para pelear con Jimmy Ellis. Tenía siempre en la boca la frase “Qué tal hermano!¡”, chamuyando como Gardel en las películas.
Con
Alberto Morán anduve bastante, sobre todo cuando se independizó de
Don Osvaldo y cantaba secundado por el conjunto que dirigía el
pianista Armando Cupo en la Confitería Montecarlo de Corrientes y
Libertad. Andar con Morán era encontrarse con las más lindas y
fieles minas de la milonga que lo seguían a todas partes.
Coincidimos en bastantes reuniones de Palermo. Siempre con su
boquilla y sus prismáticos, La Rosa, La Verde (revistas de turf con toda la información), su empilche y su
pinta bacana.
También coincidí en reuniones del circo con amigos como Lesica,
Julio Sosa, o Bucino. Pero recuerdo la tarde que Rodolfo Biagi con
su traje negro a rayas blancas estaba descartando caballos en la
revista y acercándome le dije: “Troesma, tengo en fija a la yegua
Serenidad”, que nos había indicado el jockey Héctor Ciafardini
en los Baños Turcos Colmegna. Sonriendo me respondió: “Nó pibe, acá no puede
perder Catcha con Villegas”. Hubo bandera verde y Serenidad ganó
por un pescuezo a la torda de “Manos Brujas” y pagó 8 y pico.
Ese día milagroso acerté 6 sobre 7 pero jugábamos el tres y dos de
la parada absurda, . En la última me embalé con el caballo Mónaco y
como Biagi al reencontrarnos me preguntó a quien jugaba y se lo
dije, miró la revista y me respondió:”En esta te equivocás”. Ganó
el mío que pagó 15 y monedas conducido por J. Mernies y Biagi rumbo
a la salida me palmeó: “Me alegro por vos pibe, a ver cuando me
pasás otro dato…”, cosa que no volvería a suceder.
Me reenganché con los burros ocasionalmente, siendo periodista. Unos
amigos de Pichuco, bastante malandrines, andaban con Alberto Fleitas,
un lugarteniente de Vicente” El Cacho” Otero, uruguayo y niente
que ver conmigo. El Cacho en su época de capo arreglaba carreras y
Fleitas le tiraba algún hueso a estos atorrantes, que ellos me
sarpaban pero había que jugar por afuera. Y así emboqué unas
cuantas duplas. Tiraban al bombo a un favorito y metían un pescado
en primero o segundo lugar, hasta que la Comisión de Carreras armó
el bolonqui y los pararon.
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Di Sarli con Leguisamo y el dueño de un caballo en un Clásico |
Un
día señalado nos prometieron algo groso. Junté bastante tela y nos
montamos en San Isidro. Ganó un sartenazo de ellos en la segunda
pero mis “amigos” quedaron afuera. ¡Para qué! Vi como lo
apretaban al elegante Fleitas (Terminaría amasijado y el rostro
quemado con ácido en una calle de San Isidro) que se defendía como
gato entre la leña explicándoles que ellos tampoco habían cobrado
porque se le escapó el matungo al jockey y prometió revancha.
“Aguanten hasta la séptima”, dijo.
Y yo me quedé quieto con la
manteca. Terminó la sexta, Fleitas movió el ala del sombrero
llamando a los quías y les dijo: “Juéguense todo al de Chamorro”.
Los números no invitaban a jugarle un peso pero pensé que el tipo
no se iba a arriesgar así nomás. Para colmo me encuentro a
“Fosforito” De Vinnent, que era el hombre de La Razón en el
Hipódromo.
De Vinnent era francés, había sido amigo de Gardel y
era íntimo de Leguisamo. Hombre enjuto, con anteojos de vidrio culo
de sifón, me quería mucho y en el Diario que compartíamos, nos buscábamos siempre para
charlar. Me apuntó “Me dijo el maestro que no puede perder”. El
tungo de Legui se llamaba El Once, pero no le comenté nada sobre el
“mío” y le agradecí el dato.
Cuando levantaron la pizarra me
quería morir. El nuestro pagaba como 70 pesos y si ganaba me llevaba
lo que nunca imaginé de un hipódromo por la parva de “tolebos”
que tenía en el bolso. Resumiendo: en mitad de la recta, Chamorro
los pasó como postes y se fue derecho... por afuera atropelló uno
pero se abría y se abría y yo no paraba de gritar… Bandera verde
con el de afuera.
Para todo el mundo: “Ganó fácil el de los
palos”. Luego de una espera larguísima, ponen el número y
ganador…. El Once…, por ventaja mínima. Fue mi casi adiós a
los burros, porque para colmo, tres días más tarde le sacaron la
carrera a El Once por doping y sancionaron por un año al cuida. Y yo
había hecho trizas los boletos, todos a ganador.
Lo que dije antes:
¿Quién no tiene anécdotas de este tipo? Pero al tango no lo dejé
y cuando vuelvo a Buenos Aires y me mato en las milongas con la
música de aquellas grandes orquestas, siento que estoy bailando en
el cincuenta aunque los garrones estén “cachuzos" y patinen y
tartamudeen en una corrida.
José María Otero
abril de 2007
(Traigo esta página mía escrita y publicada en 2007, que un caradura se la ha apropiado en parte y la firma como suya. Seguramente jamás pisó un Hipódromo, pero es especialista en robar creaciones de otras personas. No pongo su nombre porque no quiero hacerle publicidad, pero tengo numerosos testigos sobre mi autoría y varios ya se ofrecieron a intervenir. Incluso un amigo de toda la vida que esa tarde estuvo conmigo en el HP y que no podía creer lo que le acabo de contar sobre el robo de parte de esta nota por Bruno Passarelli, que, cuando sucedió esta anécdota tenía 10 años. Porque nació en 1941 y la carrera que cito ocurrió en 1951. Al hipódromo no se podía entrar antes de los 18 años de edad. Por ello cuando sospechaban de alguno, que era menor, le pedían su cédula de identidad o L.E... Ahora la cambió -por mi denuncia-, y atribuye mi vivencia personal de esa tarde a dos personajes del tango... ¡Qué caradura!)